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martes, 23 de octubre de 2012

Fantasma - Susan Kay (CAPÍTULO 7)


7
Unos meses después de haber empezado a estudiar arquitectura con el profesor Guizot, Erik me pidió
un espejo.
Me cogió tan completamente por sorpresa que no supe qué decirle. Mi primer instinto fue
negarme, pero como mis instintos en lo que a él se refería estaban generalmente equivocados, decidí
ceder ante su extraña petición. Cogí entonces un pequeño espejo de mano de un cajón de mi cuarto,
donde lo tenía cuidadosamente escondido, y se lo entregué con cierta mala gana. Nunca hablaba de la
"cara", pero como seguía despertándome regularmente un aislado grito de terror procedente de su
cuarto, daba por hecho que el recuerdo continuaba acongojándole.
Me cogió el espejo con exagerado cuidado, como si fuese una culebra venenosa que pudiese
morder, y lo volvió rápidamente boca abajo sobre la mesa. Jadeaba un poco, como si hubiese corrido
mucho, y ádvertí tal miedo en él que estuve casi por arrebatárselo. Pero resistí el impulso y esperé.
-Si quitase la parte de atrás -empezó vacilante-, ¿seguiría viendo...cosas?
-No -dije con firmeza-, el revés de un espejo no refleja las imágenes. No verías nada.
Su suspiro de alivio se oyó penosa e inconfundiblemente.
-Entonces es que tiene un lado seguro -masculló para sí mismo-, eso está bien. -Me miró
indeciso-. ¿Puedo mirarle dentro, mamá?
-Si quieres.
Le observé mientras quitaba la parte de atrás del espejo con sus ágiles dedos y levantaba una
esquina suelta de la lámina de hojalata.
-¡No hay más que cristal debajo! ¿Cómo pudo meterse la cara?
Yo sentí frío mezclado con amargura cuando levantó la vista hacia mí.
Tanta genialidad, tanta sabiduría, y la sencilla realidad de esto se le seguía escapando.
-La cara no estaba dentro, Erik; estaba fuera. Un espejo no hace más que reflejar la imagen de
todo objeto que se le pone delante.
-¿Entonces cómo se transforman las imágenes en monstruos? -preguntó con seriedad-. ¿Es
cuestión de magia? ¿Quieres enseñarme cómo funciona?
Noté que las lágrimas se me agolpaban en la garganta y, cuando cogí el espejo y miré, me di
cuenta de que él se estaba esforzando por mirar por encima de mi hombro.
-¡Oh! ¡No funciona! -exclamó con enfurecida desilusión-. No hay nada ahí, debe de estar roto.
Cambié el ángulo del espejo de forma que mi imagen le fuese repentinamente visible, y entonces
dio un grito de placer.
-¡Mira! -exclamó muy emocionado--. ¡Estás tú dos veces! Ha cambiado la magia.
-Erik..., no hay nada de magia. Cuando alguien mira un espejo se ve reflejado en él..., nada más
que él. Un espejo no tiene poder para mostrar un monstruo a no ser que ese monstruo se ponga
delante.
-¡Pero yo vi uno! -insistió enfadado--. ¡Yo vi uno!
Coloqué el espejo boca abajo en la mesa ante él.
-Sí -dije suavemente-. Sé lo que viste.
Le dejé entonces solo y me fui al cuarto de al lado a esperar su primer grito de haber
comprendido; pero no llegó. Cuando volví a la otra habitación vi que estaba jugando con el espejo,
pero manteniéndolo con cuidado en un ángulo en el que no le mostraba su cara. Al poco rato le oí
subir y, cuando fui a recoger el espejo de la mesa, me encontré con que había desaparecido.
Bajó a cenar aparentemente tranquilo y me preguntó si podía quedarse con el espejo. Sorprendida
y aliviada, accedí a su petición sin poner la menor objeción, esperando que el trauma de la aceptación
se nos hubiese quedado atrás.
Pero al día siguiente encontré el espejo roto en media docena de pedazos, cada uno de ellos
cuidadosamente colocado del revés en la cómoda de su cuarto. Cuando le pregunté indignada por qué
había hecho eso, me explicó con paciencia que así lo mágico que se conseguía era mejor. Y se puso a
colocar los trozos del espejo sobre un dibujo a unos ángulos que producían un laberinto de extraños y
distorsionados reflejos.
-Ves, mamá, estabas equivocada con los espejos -dijo en actitud triunfante-, puedes hacer toda
clase de cosas mágicas con ellos. Me pregunto qué mostrarían si los doblase? ¿Crees que se
ablandarían lo suficiente como para curvarlos si los pusiese al fuego?
-¡No tengo ni idea! -dije horrorizada-. Y ni se te ocurra jamás intentar semejante cosa! Lo único
que conseguirías es quemarte. Erik..., Erik, ¿me estás escuchando?
-Sí, mamá -dijo con inocencia. Pero no me miró al decirlo y al momento empecé a recelar de tan
sumisa conformidad. Normalmente no cedía tan fácilmente.
Yo le hubiese quitado los pedazos de espejo en el acto, pero vacilé por no provocar una de sus
terribles iras, que no finalizaría más que con una paliza salvaje. Y acaso debiera de estar contenta de
que hubiese vencido su irracional terror por un sencillo objeto de uso diario. Y si se quemaba...,
bueno, pues no lo volvería a hacer. Así que decidí dejar las cosas como estaban.
-Madeleine.
Marie entró en la cocina y, al cerrar la puerta tras de sí, me di cuenta de que tenía su adusto rostro
contraído de preocupación.
-Creo que debes saber --continuó inquieta-, que Erik me ha pedido que le compre un cristal y
hojalata..., y un cortador de cristal. Me dio esto y me rogó que no te lo dijese.
Extendió la palma de la mano para enseñarme cien francos, y yo fruncí el ceño.
-Así que ahí es donde ha ido a parar el dinero..., tenía mis sospechas. ¿Qué le dijiste?
Suspiró.
-Bueno, claro, sabía que el dinero no podía ser suyo de ninguna manera. Le dije que estaba mal
robar..., y..., no hizo más que mirarme como si no entendiese una palabra de lo que estaba diciendo.
Sacudí la cabeza con seriedad.
-No entiende más que lo que quiere entender. Lo único que le preo
cupa ahora es satisfacer esa morbosa obsesión por la magia y el ilusionismo y sabe lo que me indigna,
ya le dije la semana pasada que no le podía conseguir ese cristal.
-¿Para qué demonios lo quiere?
Para hacer espejos, ¿puedes creerlo? Espejos mágicos que no le mostrarán más que lo que quiere
ver. Durante cientos de años los venecianos guardaron el secreto de su arte del resto del mundo y
ahora este niño... ¡este loco de niño!... cree que puede fabricar espejos en el dormitorio de una buhardilla.
¡Afortunadamente nunca le he hablado del mercurio, pues supongo que lo habría pedido
también! Pero, por Dios y todos los santos, ¿qué es lo que le hace comportarse así?
Marie dejó el dinero encima de la mesa y me miró pensativa. -Creo que deberías proporcionarle ese
cristal que es tan importante
para él-- dijo al cabo de un momento.
-¡Ah! ¿de verdad? -repliqué con frialdad-. A lo mejor piensas que debería proporcionarle el
mercurio también para que pueda envenenamos a todos cuando le entre en ganas.
Se encogió de hombros con inquietud.
-Madeleine, si no le proporcionas ese cristal encontrará sencillamente la manera de conseguirlo
él. ¿Quieres que empiece a romperte las ventanas?
Me la quedé mirando horrorizada.
-¿Crees que es capaz de semejante maldad?
Asintió con la cabeza lentamente.
-No creo que lo considerase una maldad, Madeleine. Sencillamente, el siguiente paso lógico para
conseguir su objetivo.
-El fin justifica los medios... --dije en voz baja, como meditándolo-. Ésa es la doctrina del
demonio.
Se quedó callada, con la vista dirigida al suelo, y yo sabía que en su interior se veía obligada a
estar de acuerdo.
Al final de la semana, cuando le entregué el cristal y la lámina de hojalata, tuve que apartarme
ante su grito de entusiasmo. Desapareció en su cuarto para el resto del día y esa noche le encontré
yerto de ira ante su fracaso.
-Tiene que haber una forma mejor --dijo entre dientes-. Preguntaré al profesor Guizot cuando
venga mañana.
-¿Espejos? -repitió el profesor con imprecisión cuando Erik se precipitó hacia él en la puerta
principal al día siguiente-. Bueno, claro, siempre hemos utilizado hojalata y mercurio para la parte de
atrás, hasta ahora...
-¡Mercurio! -vi a Erik endurecerse de enojo-. ¡No sabía lo del mercurio!
-Pero apenas importa ---continuó el profesor jovialmente-. Nadie va a seguir utilizando ese
antiguo método tan laborioso por mucho más tiempo. Creo que en Alemania se ha descubierto un
nuevo proceso llamado azogado.
-¿En Alemama. -repitió con solemnidad -. ¿A que distancia está eso...?
La puerta del comedor se cerró tras ellos y yo no oí nada más. Desde ese momento hice cosa mía
que Erik estuviese abastecido de cual quier material que pidiese, por muy extraño que pudiese
parecer. Cristal, metales, tuercas y tomillos, muelles..., eran juguetes que yo ya no le negaba por la
sencilla razón de que no me atrevía.
Empezaba a comprender el peligro de tratar de cerrar el desahogo natural de un volcán en
erupción.
También estaba empezando a comprender la apremiante preocupación del padre Mansart por el
alma de Erik.
Clair

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